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Empapar de espíritu cristiano todas las actividades del mundo

En todos los niveles de la sociedad, buscad especialmente –con la gracia de Dios– vocaciones a su Obra entre aquellas personas que, por su trabajo, se encuentran en centros vitales de la convivencia humana, en aquellas situaciones que constituyen, por decir así, nudos o lugares de encuentro e intersección de densas relaciones sociales.

No me refiero solo a los puestos rectores de una comunidad nacional o superior, desde los que –con espíritu de servicio– tanto bien se puede hacer, para lograr que la sociedad se estructure de acuerdo con las exigencias de Cristo, que son garantía de paz verdadera y de auténtico progreso social.

Me refiero también –porque interesan tanto o más– a aquellos puestos, profesiones u oficios que, en la esfera de las sociedades menores, son, por su naturaleza, medios de contacto con multitud de gentes, desde los que se puede formar cristianamente su opinión, influir en su mentalidad, despertar su conciencia, con ese constante afán por dar doctrina, que debe caracterizar a todos los hijos de Dios en su Obra.

Por eso, os he dicho con frecuencia que interesa –interesa a Dios Nuestro Señor– que haya muchas vocaciones entre las gentes que son claves en los pueblos: personal de las corporaciones municipales –secretarios de ayuntamiento, concejales, etc.–, maestros, barberos, vendedores ambulantes, farmacéuticos, comadronas, carteros, mozos de restaurantes, sirvientas, voceadores de periódicos, dependientes de comercios, etc.

Nuestra labor debe llegar hasta el último pueblo, porque el afán de amor y de paz, que nos mueve, empapará de espíritu cristiano todas las actividades del mundo, a través de este trabajo capilar, que cuida de informar cristianamente las células vivas que forman las comunidades superiores. No deberá haber ningún pueblo, donde no irradie nuestro espíritu algún Supernumerario. Y, según nuestro modo tradicional de hacer, ese hijo mío procurará enseguida pegar a otros su inquietud santa: y pronto habrá allí un grupo de hijos de Dios en su Obra, que se atenderá convenientemente –con los viajes y visitas que sean necesarios–, para que no se agoste, sino que se mantenga vibrante y activo.

Se comprende perfectamente, después de haber señalado la completa diversidad de los socios de la Obra, nuestra pluralidad: en las cosas de fe o en las del espíritu del Opus Dei, que son el mínimo denominador común, podemos hablar de nosotros; en todas las demás, en todo lo temporal y en todo lo teológico opinable –numerador inmenso y libérrimo–, ninguno de mis hijos puede decir nosotros: debéis decir yo, tú, él.

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